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No soy a prueba de balas.

Por mucho que estuviéramos en septiembre, las personas no podían permitirse vestir ropa de otoño porque aquel calor era horrible. Ella había empezado las clases tres días atrás, y todavía todo era demasiado nuevo para ella. Todavía nada era suficiente para olvidar el verano que, por desgracia, ya había pasado por completo. 19 del 11. Aquel día se levantó 15 minutos más tarde de lo normal, no tenía ni la ropa ni los libros preparados. Se había olvidado de todo. Si por ella fuera, es posible que se le hubiera olvidado despertarse. Cuando logró sacar el cuerpo de su cama, se limitó a hacer un movimiento leve de cabeza para simular un "buenos días" hacia su madre. Cuando se dio cuenta de que su vida tenía que continuar fuera el día que fuese, se vistió con uno de los 7 vaqueros que tenía, y una de las 25 camisetas negras que coleccionaba.  "Anímate, que ya queda menos para el viernes." Eso fue lo primero que escuchó en todo el día, y venía desde la cocina. Eso

Da la vida por todo lo que te la da.

Aquella mañana los padres de la más pequeña de la familia salieron a comprar su tarta de cumpleaños, y fue la abuela de la misma la que tuvo que quedarse sentada en la silla más antigua del salón anaranjado mientras vigilaba como la pequeña intentaba asomarse por el balcón. Era alargado y estrecho, con el suelo del mismo color que, años más tarde, la pequeña querría poner en sus labios día si y día también. Una valla que estaba formada con una parte de ladrillo, como las casas antiguas decía la abuela a menudo, y unos barrotes marrones brillantes a los que apenas llegaba aquella rubia chiquitina para poder ver más allá de ese segundo piso en el que veraneaban. Ya cumplía 7, y ese año había crecido un par de centímetros más. Lo suficiente para alcanzar la vista de la calle de abajo donde estaba el coche de su padre y el de 19 personas más. Porque así era su calle. Muy, muy larga, y llena de coches y de balcones donde se asomaban personas muy de vez en cuando. Y siempre mayores. No h

Capítulo 7/7.

Tercer día del mes séptimo. Eran las 18:05 horas. Posiblemente la temperatura se acercaría a los 35º centígrados, pero en su habitación nada importaba. Ella tenía un aparato negro, del mismo color del que iba a ser su corazón pasadas unas horas, conectado a un enchufe y que hacia un ruido parecido al de un helicóptero aterrizando. Daba aire, algo, pero daba. Por eso no importaba la temperatura que hiciera fuera, ni la temperatura ni nada. Estaba durmiendo, como solía pasar la mayoría del tiempo. Siempre decía que así era más fácil dejar de pensar en todo eso que revoloteaba por su cabeza, que lo único que tendría que preocuparle, tal vez, eran los sueños, y a veces ni si quiera se acordaba de ellos. Y ojalá fuera tan fácil olvidarse de una persona como se olvidaba de un sueño. La despertaron. Y probablemente eso fuera la segunda cosa que más odiaba en el mundo. La primera eran las mentiras. No sabía ni quien era quien la despertaba, no sabía si era su madre, su hermano, su padre, s

Luchar es difícil cuando es contra ti.

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''La guerra más difícil es la de contra uno mismo." Hacía mucho tiempo que la mesa de escritorio no se llenaba de lágrimas de esta manera. Hacia mucho que en tu cabeza no retumbaba una y otra vez eso de "tienes que cambiar." Habías confiado en que eso se había acabado. En que tampoco era tan grave, ¿no? Pues si lo era. Si lo es. Has vuelto a caer. Has vuelto a repetírtelo. "Pero es que, ¿se puede saber que te pasa?" Esa era la frase del día aquella vez. Y vuelve a serlo. Vuelves a caer. Has vuelto a fallar. A las personas que más quieres. Y a ti misma. Sobre todo a ti misma. Porque hubo una vez en la que te dijiste que ibas cambiar, porque eso de fastidiar todo cada vez que abrías la boca no era de tu estilo. Porque te dijiste que no te la ibas a jugar más a la mala suerte asegurada, es decir, a perder a aquellas personas con las que sabes que si te faltan, no puedes seguir. Te dijiste que tenías que mantener a aquellos de quienes tu feli

Vosotros perdéis.

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Después de tantos años, sigo sin entender por qué es necesario que las personas tengan que sufrir. No entiendo por qué es necesario que alguna vez en nuestra vida tengamos que llevar una venda en los ojos. Pero, aún entiendo menos la manera en la que tendremos que quitárnosla. No entiendo por qué en algún momento tendremos que mentir a nuestras personas más queridas. Y jamás entenderé a las personas a las que les gusta hacerlo. Nunca entenderé por qué es necesario que tengamos que ser manipulados en más de una ocasión. Y ni mucho menos entiendo que existan personas que sean capaces de manipular a alguien. No entiendo por qué tiene que ser necesario que a lo largo de nuestra vida nos tengamos que hacer no se cuantas mil heridas.  Y por supuesto que odio no entender por qué algunas no se curan nunca. No entiendo por qué tiene que ser necesario darse de hostias contra la pared para ir madurando poco a poco.  Y está claro que nadie entiende por qué sigue habiendo p

Nacer y para qué.

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"Hay dos momentos importantes en la vida de un hombre. Uno es cuando descubre que ha nacido. Y el otro es cuando descubre para qué." Para qué. Para qué hemos nacido. ¿Por qué nosotros y no otros? Para qué. La respuesta más fácil tal vez sería para ser felices. Pero solo unos pocos en esta vida tienen la suerte de llegar a serlo. Los demás nos quedamos a la mitad del camino. A veces parece que si. A veces es un rotundo 'jamás voy a ser feliz.' Porque tenemos nuestras subidas y bajadas. Porque los que nos quedamos a la mitad hemos nacido para sufrir, pero a la vez para conocer a alguien que pueda ayudarnos a hacerlo más llevadero. Hemos nacido para caernos infinitas veces, pero a la vez para levantarnos infinitas más una veces. Hemos nacido para echarnos atrás, pero a la vez para coger impulso. Hemos nacido para perder a cientos de personas a lo largo de nuestra vida, pero a la vez para conocer a mejores. De esas que se quedan hasta que tú decides irte. Hemos n

Lies.

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Porque todo el mundo miente. Y es que hay mil tipos de mentiras. Están las buenas. Las piadosas. Las que te dice tu madre cuando eres pequeño para que no te enteres de quienes son los verdaderos Reyes Magos. O las que te dice tu hermano cuando te cuenta que el puré está riquísimo y te va a hacer mucho más alta, y en realidad te lo dice para que no enfades a mamá. O las que te dice tu profesora cuando te intenta enseñar que las matemáticas te harán la más lista de la clase. O las que te dice tu mejor amigo cuando sabes que está más hundido que nadie pero no quiere que tú sufras, porque él sabe que tu felicidad no dependía de nadie hasta que él apareció. O la mentira de tu padre cuando te dice que no pasa nada, que el abuelo está bien. Podríamos decir miles mentiras de este tipo que las personas de tu al rededor solamente te dicen para que estés bien y no te martirices la cabeza. Para que no te tortures, para que puedas seguir con tu vida sin tener que estar pendiente de nadie.