Da la vida por todo lo que te la da.

Aquella mañana los padres de la más pequeña de la familia salieron a comprar su tarta de cumpleaños, y fue la abuela de la misma la que tuvo que quedarse sentada en la silla más antigua del salón anaranjado mientras vigilaba como la pequeña intentaba asomarse por el balcón.
Era alargado y estrecho, con el suelo del mismo color que, años más tarde, la pequeña querría poner en sus labios día si y día también. Una valla que estaba formada con una parte de ladrillo, como las casas antiguas decía la abuela a menudo, y unos barrotes marrones brillantes a los que apenas llegaba aquella rubia chiquitina para poder ver más allá de ese segundo piso en el que veraneaban.
Ya cumplía 7, y ese año había crecido un par de centímetros más.
Lo suficiente para alcanzar la vista de la calle de abajo donde estaba el coche de su padre y el de 19 personas más.
Porque así era su calle. Muy, muy larga, y llena de coches y de balcones donde se asomaban personas muy de vez en cuando. Y siempre mayores. No había niños ni niñas de los que ella pudiera hacerse amiga y bajar a jugar cuando la gritaran su nombre.
Y así sería a partir de ahí, un grito que despertara a sus padres a la hora de la siesta pero que a ella la despertaba la más inmensa felicidad de dentro, ya que sabía que no iba a poder parar de reírse ahí abajo con quien estuviera.
Aun que no les dejaran salir de ahí; tres niños, una pelota y una madre vigilando desde el balcón eran suficientes para pasárselo bien con 7 años.
Alcanzó la altura suficiente como para ver a dos personas abajo, en unas escaleras. Se podía calcular que esos dos ya sobre pasaban la mayoría de edad.
Hablaban. Se reían. Y la pequeña también aún que no supiera de qué. Seguramente años más tarde empezaría a comprenderlo sin quererlo.
Él se acercó a ella, y ella le besó.
"Puaj, que asco." dijo en alto esa persona chiquitina rubia con ojos azules que les estaba observando.

Alguien se levantó de una de las sillas del salón que sonaban como a viejo cuando te sentabas, aun que aquel piso fuera relativamente nuevo.
-¿Que pasa canija?- dijo la abuela.
La "canija" le preguntó a la persona más sabia e inteligente de su mundo que por qué las personas podían ser capaces de juntar sus bocas y su saliva sin llegar a vomitar.
Y la abuela se reía mientras la contestaba que eso era simplemente amor, porque esos dos de ahí abajo estaban enamorados. Utilizó la palabra "enamorados" con la esperanza de que la peque lo entendiera, pero se le quedó la misma cara que cuando le dijeron que el alcohol era malo, ya que ella siempre había pensado que lo que hacía era curarte las heridas.
Nadie sabrá nunca que cuando se hizo adulta seguía pensando lo mismo, simplemente que las heridas esta vez estarían por dentro.
Y se lo explicó, como pudo, pero lo hizo.

-¿Y tú estabas enamorada del abuelo? ¿Y cuando murió?- se atrevió a preguntar, aun que claro, ¿a qué va a tener miedo una niña pequeña?
-Ven aquí cariño, déjame que te hable de algo...

"Por supuesto, por supuesto que estaba enamorada de tu abuelo. Y estoy. Era muy alto, y tenía unos ojos del mismo color que el mar en el que te has estado bañando estos días. Me trató como una auténtica reina, pero literalmente. El día que nos conocimos, me regaló una corona que brillaba más que la Luna aquella noche.
Me prometía cosas preciosas, y las cumplía.
Me llevó a ver el mundo entero. Hemos estado en toda España, pequeña.
Y estuvimos en sitios donde hacía mucho, mucho frío. Rusia, Noruega, Finlandia... ya lo conocerás.
Me dio 4 hijos preciosos, y me los cuidó y crió de tal manera que han salido todos a él.
Tu madre tiene sus ojos, tu tía su sentido del humor y tus tíos todos sus gestos, todos y cada uno de ellos. A veces hasta me parece que sigue en casa...
Siempre nos dio todo lo que pudo.
Estaba loco. Se fue un día muy, muy lejos a operarse de una enfermedad que nadie de la familia sabía. Solamente tu padre. Y no era su hijo. Aun que empezó a tratarle como tal cuando vio como hacía feliz a tu madre, a la hija que más ha querido siempre.
Y a ti, los pocos meses que estuviste entre sus brazos, no quería soltarte ni para dormir. Eras su primera nieta directa, porque él siempre decía "que los hijos de sus hijas eran sus nietos, los hijos de sus hijos quien sabe...."
Ya lo entenderás cuando seas mayor preciosa.

Pero, ¿sabes lo mejor que tenía el abuelo? Que me enseñó que en la vida no solo tienes que enamorarte de una persona que te haga feliz.
Que en esta vida tienes que enamorarte de la familia.
De los momentos que pasas con tus padres, tus abuelos, tus hijos, tus nietos, tus primos, tus tíos... Todos y cada uno de tus familiares. Las vacaciones, las navidades. Tardes jugando con los regalos de Reyes. Tienes que enamorarte de esos momentos, cuando eres feliz viendo como la tía se vuelve loca cuando grita, o cuando tus primos te hacen reír porque no paran de hacerte cosquillas. Tienes que enamorarte de tu hermano, que te va a cuidar siempre. De tu madre, de las coletas y moños que te hace, y de tu padre, enamorate de esos ratos en el salón viendo la serie esa que te gusta tanto de los asesinatos. Muy pequeña para eso eres tú....
También de los amigos. Tendrás que enamorarte de tu mejor amiga, de todo lo que hará por ti, de su aguante, de su paciencia contigo, de los momentos en los que no pararéis de reír cuando habléis de aquel chico que te gusta tanto.
De tu mejor amigo también. Pero de su amistad. Solo de su amistad. De esas frases que utilizará para que todo el mundo se enteré que te va a proteger siempre. Así como "le pegaré, le sacaré de tu vida a patadas", a quien sea que te haga daño pequeña. Enamorate de su protección y de todas sus historias que te contará cuando estéis los dos en un portal sentados hablando de vuestra vida, porque eso también formará parte de vuestra vida.
De las partidas de cartas y a juegos de mesa que haréis cuando seáis más mayores, porque no pararas de reírte. De las fiestas, las discotecas con ellos. Enamorate de tus amigos porque harán que se te salten las lágrimas de la risa.
De sus fallos y defectos, quiereles tal y como son, y ellos lo harán contigo. Aguanta por quien merece la pena, pequeña, la vida es dura pero corta.
Enamorate del cine, de tu película favorita, esa que nada más que hay disparos. De tu serie favorita, la del doctor. Y si en algún momento deja de gustarte la televisión, enamorate de los libros, como ese que leíste de los locos que estaba muy bien. De la poesía, del arte, de la cultura de tu país.
Enamorate de los animales chiquitina, tratales bien. Que te gustan los perros, pues los perros. Que son los gatos, pues los gatos. Leones, osos, lo que sea. Ponles nombres y dales una casa, pero nunca, nunca les abandones... No hagas con los demás lo que no quieres que hagan contigo preciosa.
Enamorate de la música, de la que sea. Que nadie te influya en tus gustos. Que si a ti te gustan las guitarritas esas y los gritos de hombres con pelos largos, que te guste. Enamorate de eso. Cantalo, gritalo, sigue hasta el final con tu grupo favorito o con tu cantante favorito. Sea quien sea.
Enamorate del deporte, del fútbol como tu padre y tu abuelo. Del Real Madrid.
Y si no te gusta, hazlo del baloncesto como tus primos mayores, y si no de cualquier otro. Y si no te gusta el deporte enamorate de la moda. La ropa que llevarás podrá decir como eres o que es lo que piensas.
Habrá imbéciles que te trataran mal por como vistas, pero no cambies eso. Si te gusta esa ropa, enamorate de ella.
Sea lo que sea, pequeña, el abuelo me enseñó que hay que enamorarse de todo aquello que nos guste, hay que quererlo y tratarlo bien. Quererlo como si no quisieras que se fuera de tu vida nunca.

Enamorate de la vida canija, de esta casa, de los veranos, de los besos que te de aquel chico grandullón, de tu primera vez, de tu colegio, tu instituto, las matemáticas, el dibujo, de tu ciudad, de las personas que harán que aprendas todo, del mar, de la arena, las piedras, las conchas, el bar donde comemos a diario, el kiosko de la esquina, los vagones del metro donde verás a tus amores a primera vista, el autobús que te llevará a casa, de tu portal, tu casa, tu habitación, las mesas de tu parque... De todo enana, de todo.
Eso es lo que el abuelo me enseñó, que no solo tienes que dar la vida por una persona por alguien a quien quieres, si no por todas, y por todo lo que quieres mantener en esta vida."

Llamaron al timbre, llegaban los padres de esa rubita con los ojos llenos de lágrimas.
Ella volvió al balcón.
Miró al cielo y dijo en el tono más bajito que podía existir:
-Abuelo, ojalá estuvieras aquí.

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