Capítulo 7/7.

Tercer día del mes séptimo. Eran las 18:05 horas.
Posiblemente la temperatura se acercaría a los 35º centígrados, pero en su habitación nada importaba. Ella tenía un aparato negro, del mismo color del que iba a ser su corazón pasadas unas horas, conectado a un enchufe y que hacia un ruido parecido al de un helicóptero aterrizando. Daba aire, algo, pero daba. Por eso no importaba la temperatura que hiciera fuera, ni la temperatura ni nada.
Estaba durmiendo, como solía pasar la mayoría del tiempo. Siempre decía que así era más fácil dejar de pensar en todo eso que revoloteaba por su cabeza, que lo único que tendría que preocuparle, tal vez, eran los sueños, y a veces ni si quiera se acordaba de ellos. Y ojalá fuera tan fácil olvidarse de una persona como se olvidaba de un sueño.
La despertaron. Y probablemente eso fuera la segunda cosa que más odiaba en el mundo. La primera eran las mentiras.
No sabía ni quien era quien la despertaba, no sabía si era su madre, su hermano, su padre, su mejor amigo, su mejor amiga... No tenía ni idea. No veía y tampoco quería ver. Solo quería dormir.
No notó si quiera los golpes que la dieron en el brazo y en la cara, no notaba nada.
Abrió los ojos poco a poco a la vez que soltaba un "¿Se puede saber qué cojones quieres?". Si, porque ella muy simpática cuando se despertaba precisamente no era. Podría ser el mismísimo Rey, que a ella le habían despertado y era el mayor error que podía cometer alguien en su vida. O eso creía.
Más tarde se daría cuenta de que existían más errores que los demás podían cometer. Y peores que ese.
Y entonces lo escuchó, No sabía de que boca salía, porque en su habitación había dos persona más de pie.
"Se ha ido. Se ha ido con ella. No sabemos cuando volverá, pero..."
-Para.-dijo mientras abría los ojos totalmente dejando ver un azul celeste de su iris y un rojo oscuro que rodeaba el ojo por el sueño que tenía.-No necesito escuchar más. Cerrad la puerta al salir, por favor.
Se tumbó boca arriba, mirando el techo como cuando te tumbas en el césped a ver las nubes y sus diferentes formas. Tal vez ella estaba buscando una respuesta en el gotelé, pero en ese mismo instante se prometió no volver a hacerse más preguntas sobre él.
Se giró e intentó volverse a dormir. Siempre decía que así era más fácil dejar de pensar en todo eso que revoloteaba por su cabeza. Y en ese momento había algo que se tenía que quitar de ahí.

20:00.
Se despertó y todo volvió a su cabeza. Se reía. Tal vez porque no se lo podía ni quería creer.
Tuvo el valor de levantarse y coger lo primero que vio en aquel armario que tantas ganas tenía de tirar a la basura para comprarse otro, y se vistió. Ni si quiera se miró al espejo porque ya no había nadie que pudiera disfrutar de sus ojos azules con un poco de rímel, ni de su sonrisa, ni de sus pantalones favoritos azul marino con cualquier camiseta negra, ni de sus deportivas azules, también; ni de su pelo rubio bien peinado, ni de nada suyo. Así que salió como quien va a comprar el pan a las 13:59 para comer a las 14:00, con un chándal de su equipo desde que era pequeña y unas deportivas blancas que habían pasado a ser grises. En ese momento, nadie sabe por qué, ni si quiera ella, le dieron ganas de hacer algo que juró solemnemente no hacer jamás. Fumar.
Él fumaba. Tal vez fuera por eso.
Quería sentir el humo en su boca, el filtro en sus labios. Quería coger un cigarro como lo cogía él. Quería encenderselo como lo hacía él. Lo sujetaba con la boca y, seguidamente, con una mano apretaba el botoncito del mechero y con la otra tapaba la llama para no dejar pasar aire y que esta se apagara. A ella le encantaba la vena que le salía cuando hacía fuerza para encender el mechero. Y quería sentirlo.
Se lavó la cara y movió la cabeza negándose a sí misma lo que acababa de pensar. "Ni de coña."
Y salió de su casa porque fue lo primero que pensó, en salir, en que la diera el aire en la cara con la esperanza de que el poco aire que hiciera un 3 de Julio pudiera llevarse todo lo que había en su cabeza. En su mismo portal estaban las mismas personas que le habían intentado despertar.
-Llevamos horas esperándote, dormilona.-dijo su mejor amigo.
-Ya.-contestó.-Perdón.
Ahora todos los de su alrededor iban a tener que aprender a convivir con una persona que solo hablaría con monosílabos y palabras cortas. Iba a ser complicado ya que, antes de todo esto, ella era posiblemente la persona más 'parlanchina' que te puedas encontrar. Se enrrollaba cual persiana, porque la encantaba hablar, y escuchar, y aprender. Nunca quería dejar de aprender. Y se reía. Madre mía lo que se reía, lo que ha podido llegar a reírse de si misma y con todos los que la acompañan hasta el final. Y que sonrisa más bonita, que bonito si la hubieras podido ver...

Y ellos hablaban, y ella caminaba mirando el cielo porque la encantaba ver mil colores ahí arriba. Rosa, naranja, azul... Posiblemente fuera la segunda cosa que más amaba en el mundo, ver atardecer. La primera era él.
Y no se reía, y ellos pensaba que tarde o temprano lo haría. Y qué ilusos.
Y escuchó su nombre de la boca de su mejor amiga, la miró y vio como a la vez que cerraba la boca ya se estaba arrepintiendo de haberlo dicho.
-Lo siento, de verdad. No me doy cuenta.-intentó disculparse.
-No te preocupes. He perdido a demasiados, por uno más, ¿que me puede pasar? Nada.-contestó ella como si al oír su nombre no se hubiera clavado un puñal en su espalda y como si no le doliera darse cuenta de que había perdido a muchas personas a lo largo de su vida y como si de verdad creyera que no la iba a pasar nada por perderle.
-No estás bien y lo sabemos. Y sabes que lo sabemos.-empezó a hablar uno de los dos chicos que estaban con ella.-Y no te vamos a obligar a que lo estés porque entendemos todo esto, pero ¿que vas a hacer si vuelve?-preguntó, sabiendo que esas palabras eran el segundo puñal.
-Nada.-Solo la salía esa palabra en su cabeza.-Nada, porque tengo que ser más fuerte que nunca, porque es la única opción que me queda. Diego,-refiriéndose al chico de la pregunta- tú mismo me dijiste que tenía que mover cielo, mar y tierra para tenerle, que tenía que luchar cual 'leona'-sonreía a la vez que hablaba de ello y eso a ellos les sacó otra sonrisa-luchar por él, y sabéis que lo intenté, que no solo moví cielo, mar y tierra, si no que también baje al mismísimo infierno y aguante lo inaguantable cuando su sonrisa pertenecía a otra. Sabéis que no solo he sido leona, he sido toda la puta manada, he luchado con garras y con dientes por él y por no verle ni una sola vez en el suelo; pero, como en mi película favorita, apareció alguien que solo me quería ver caer, que quería que desapareciera y quitarme del medio. ¿Entendéis? Soy Mufasa.-La entró la risa, porque tenía razón.
Y ellos rieron al verla así y al escuchar todo eso. Porque tenía razón.
-Scar es un hijo de p...
-No, no caigas tan bajo. Simplemente es más listo.
-¡¿Pero qué os pasa?! Estáis aquí hablando de películas de Disney y de leones cuando ese hijo de puta le ha roto el corazón a nuestra amiga.-gritó su mejor amigo, el que mejor la conocía.-Y lo que tiene que hacer cuando vuelva es hacer como si no existiera. Eso es lo que tiene que hacer.
Ella rió. Ese "ese hijo de puta" le había dolido. Pero era así. Su mejor amigo lo sabía.
-No pasa nada, de verdad chicos, no os preocupéis.-Intentó mentir ella.-En dos días me voy de vacaciones y, sin ánimo de ofender, quiero perder de vista todo esto y todo lo que me recuerde a él. Incluidos vosotros.
-Él se va a arrepentir de todo esto, ¿lo sabes no?-habló ese tal Diego.
-Claro que lo hará. Yo misma me encargaré de que lo haga.


22:07

Y volviendo a su casa, recordó esa frase durante toda la noche.
"Claro que se va a arrepentir. Por supuesto."
Porque ella era fuerte. No hacía falta que se lo dijera nadie. Todo eso de que eres débil si lloras, o si te derrumbas, es la mayor estupidez que ella había oído jamás. Ella se sentía débil pero no lo era, era la persona más fuerte que jamás verás, porque tiene marcas en la espalda de puñales, de palos, de todo lo malo que te puedas encontrar, y de mil personas de las que ella nunca se podía imaginar. Y ahí estaba, sentada en su habitación con una canción de uno de sus grupos favoritos, ese que lleva el día de su cumpleaños en su nombre, y leyendo un libro de asesinatos. Tal vez para buscar la mejor forma de acabar con alguien y que pareciera un accidente.
En los dos días que la quedaban en Madrid, y en los 7 siguientes en los que se fue a Valencia, nadie, nunca, jamás, la vio llorar. Ni una lágrima.
Ella nos contó que la única vez que había soltado una lágrima era de imaginarse como iba a ser la vida de él sin ella, porque le daba pena, eso era lo único que le daba ahora. Pena.
Y no sentía nada.
Absolutamente nada.
Ella llevaba toda la vida deseando ser un muro cuando intentan debilitarla.
Y esta vez, lo había conseguido.





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