y que doloroso es decir el último adiós.

"Eran las 17:11. Sonaba el teléfono una y otra vez. Parecía que nadie estaba en casa, pero ella estaba en la cocina dando la merienda a sus hijos y no lo escuchaba. Al cuarto 'ring', su marido se dio cuenta y fue corriendo hasta el aparato para que dejará de sonar. Nadie se podía imaginar lo que iba a ocurrir a partir de ese momento.
'Es para ti, cariño.' dijo él. Ella fue sin preguntar quien era. Cogió el teléfono que su marido había dejado apoyado en la balda que estaba pegada a la tele, justo al lado de una foto de la familia, la cual tapaba una foto de ella con su mejor amiga de la infancia. '¿Si? ¿Quien es?' preguntó al cogerlo. Su marido y sus hijos solo podían escucharla decir 'Si. Soy yo. Si.' y respuestas similares. Tan solo pasaron dos minutos y a ella le cambió el rostro. Su tez se volvió pálida y sus ojos perdieron brillo. El plato que llevaba en la mano se desplomó en el suelo y se hizo añicos, igual que su corazón en ese momento. Sus hijos se asustaron y comenzaron a llorar. 'Está bien. De acuerdo. Intentaré ir.' terminó ella la conversación con estas palabras y un segundo después colgó el teléfono. '¿Todo va bien cariño?' se escuchó al marido de lejos quien intentaba que los hijos dejaran de llorar. Ella se limitó a contestar. Ni si quiera se molestó en recoger los trozos del plato. Miró la foto que tenía con su mejor amiga que se dejaba ver entre foto y foto. La cogió y se fue para la habitación con los ojos llorosos.
Se encerró. No dejó entrar a nadie durante un día, dos y tres. No salió de allí. No decía palabra. Al cuarto día decidió salir sabiendo que su marido y sus hijos estaban en el salón esperándola. 'Me he enterado de la noticia.' dijo él. Y al mirarla a la cara se dio cuenta de que parte de su mujer se había quedado dentro de esa habitación, junto con el dolor que había pasado durante esos tres días. Sus ojos ya no eran marrones verdosos, eran totalmente oscuros, sin brillo alguno. Rojos, de tanto trasnochar llorando. O de tanto llorar trasnochando. Su sonrisa había desaparecido por completo. Su cuerpo parecía totalmente sin alma. Sin fuerza. Algo de ella había desaparecido. Él estaba seguro de que si pudiera mirar en su interior, parte de ese órgano al que le llega la sangre para que funcionemos, estaba partido en dos. Él sabía que ella había pasado esos tres días abrazada a esa foto que no dejaba ver a nadie que entraba en su casa. Sabía que había estado pensando en todo lo que hizo y no hizo por ella. Sobre todo en lo que no hizo. Sabía que se había arrepentido. Y sabía que ella sabía que eso no servía de nada. Cuando él la oía llorar y a la vez reir, sabía que ella pensaba en todos los momentos vividos con ella y se reía. Pero lloraba porque la echaba de menos. Y ahora aún más. Él también sabía, -y esto era totalmente cierto- que ella no iba a ser la misma a partir de ahora.
Llegó la hora de plantarle cara a ese problema que había surgido hace cuatro días a las 17:11 que todavía los hijos se preguntaban qué era. Pero ellos eran pequeños. A los niños no se les cuentan estas cosas.
Llegó al sitio donde estaba ella. Pero no pudo acercarse. Estaban todos sus amigos, su familia, sus compañeros de clase antiguos y los de trabajo. Su marido. Sus hijos. Solo faltaba ella... Pero no tuvo el valor suficiente. 'Me quedo aquí alejada, hay demasiada gente. Ve tú y saluda por mi. Ahora me acercaré.' le dijo ella al marido. Él la miró y sabía que todo eso estaba siendo muy duro para ella. Salió del coche y fue a saludar. Todos se alegraban de verle, pero también deseaban verla a ella. Pasaron las horas y la gente fue desapareciendo hasta que finalmente no quedo nadie. Ella salió del coche. 'Ahora me toca a mi. Estaré bien, tranquilo. Puedes irte.' Y así fue, él la dejó allí. Y ella comenzó a andar hacia donde estaba su ''mejor amiga de la infancia...''
Ella no sabía como comenzar a hablarla. Tenía que pedirla perdón por tantas cosas y tenía que darla las gracias por otras tantas. Cada lágrima que ella soltaba caía al suelo y mojaba la tierra que pisaba. Se tiró horas y horas allí hablando con ella. Con alguien que no podía o no quería escucharla. Ella se preguntaba que había pasado entre ellas, como había pasado todo tan deprisa. Su amiga no podía o no quería contestarla. Ella se lamentaba. Ni si quiera era capaz de levantar la cabeza. Había anochecido y solo se podía ver el fuerte blanco de las rosas que había al rededor. Ella seguía llorando, no podría perdonárselo nunca. No podría perdonarse nunca aquella frase que un día la dijo. 'No te quiero en mi vida. No te necesito.' decía una y otra vez en voz alta. Y se arrepentía cada vez que la decía. 'Lo siento' volvió a repetir. 'No se que se me pasó por la cabeza. No sé que era de mí en ese momento.' dijo. Pero su amiga no escuchaba... No tenía sentido que se arrepintiera porque ya era tarde. Muy tarde.
Tocaba despedirse pero ella no quería. Cada vez que se imaginaba que a partir de ahora su vida iba a ser totalmente diferente porque su amiga iba a desaparecer completamente, deseaba que se parara el tiempo cuatro días atrás y poder decirla todo lo anterior. Esta vez su amiga si podría escucharla.
Volvió a caer una lágrima por su cara a la vez que decía 'adiós amiga. Adiós para siempre.'
Y alejándose por el mismo camino por el que había llegado hasta ese sitio, decía susurrando: 'Descansa en paz. Te lo mereces más que nadie...'


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