Vueltas, y más vueltas.
No dar vueltas físicas en una silla o sobre uno mismo, sino dar vueltas mentales.
Ahora bien hay cosas en las que no es necesario dar tantas vueltas y en las que puede resultar incluso peligroso hacerlo, puesto que puede hacer que, con el tiempo, acabes perdiendo aquello que quieres o/y necesitas. Se le conoce también como desconfianza. Desconfianza en uno mismo, lo que te hace desconfiar de los demás.
El verdadero problema es que, lamentablemente, llegamos a creer el resultado de esas vueltas. Podemos saber perfectamente que no es así, que la gente realmente nos aprecia por quiénes somos, por cómo somos; pero es tal la desconfianza que sentimos, que llegamos a pensar que sí, que la gente nos utiliza.
Es cierto que hay situaciones y personas que, algunas veces, pueden ser de una determinada manera y eso facilita que pensemos de forma negativa, aunque realmente nunca (o casi nunca) nos hayan demostrado que nuestro pensamiento negativo sea también el suyo.
Y si sé esto, si conozco cómo soy y cómo funciona mi cabeza, ¿por qué sigo dejando que me sumerja en sus remolinos de ideas y actuando en consecuencia? Porque soy tonta. Porque tengo miedo. Porque no quiero que me vacilen. No quiero que me manejen. No quiero ser una burda marioneta para quien se aburre.
La cosa es que sé que no me vacilan, sé que no me manejan y sé que no soy una marioneta. Sé que me quieren, que me aprecian y que también me necesitan.
Y ahora que lo sé… espero no tardar mucho en darme cuenta.
-Alguien dijo alguna vez, que sonreir a todo, es lo mejor que puedes hacer. Todo es más fácil, sonriendo al caminar.
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